En la celebración del XXXV Aniversario del Pedagógico de Miranda, celebrado el Jueves 20 de octubre 2011, la Dra. Marlene Arteaga Quintero hizo lectura de una carta "imaginaria" de nuestro epónimo José Manuel Siso Martínez, en la que expresó, muy profundamente, lo que significa ser miembro de esta institución educativa desde todas las perspectivas.
"Para celebrar 35 años de travesía, un maestro nos dejó una carta y se las voy a leer".
Marlene Arteaga Quintero.
Estimados docentes, estudiantes, licenciados, técnicos, gente de oficio, que hoy reciben esta misiva, les saludo cordialmente.
Yo sé que los docentes del Instituto Pedagógico Siso Martínez han hecho un tránsito difícil, pero curiosamente, también, los propios docentes son el camino. Y un camino que con frecuencia debe ser autorrestaurado, autorremozado, y además, debe ser tratado con consideración.
En cada año se ha vertido lo que cada uno puede. De eso, no hay ninguna duda. No se puede pedir más de lo que cada quien está dispuesto a dar, porque el excedente ofrecido podría ser un fruto amargo. Sus estudiantes aprenderán aquí, junto a los docentes, todo lo que se puede ser para alimentar y alimentarse con la cercanía de los otros; aprenderán todo lo feliz que se puede ser cuando se conviertan en maestros; aprenderán, asimismo que se puede estar siempre triste si no se quiere transitar este camino. Así será. Sus estudiantes serán un correlato de su experiencia junto a ustedes.
(Continúa diciendo el autor de la carta)
Quiero recordarles que soy un hombre a quien le embarga el sentido de pertenencia al llamar a éste: “mi Pedagógico”. Es pequeño, sí. Las instalaciones, a veces podrían ser hostiles. Pero es mío. Y todo lo considerado propio termina apropiándose de uno mismo. Y aquí se encuentra, definitivamente, toda la vida que vamos a encontrar al salir y repetiremos afuera esa vida con la fuerza de una pasión incendiaria o con la melancolía del que siempre está a la espera de una profesión distinta. Ustedes, docentes, serán para sus estudiantes un goteo de seducción envolvente.
Yo conocí mucho de la historia de Venezuela y trabajé, todo lo que pude, en una época de oro para formarse en lo social, con una estricta moral y una conducta verdaderamente cívica. Estaba la oportunidad…
Luego, ese mirar a profundidad a mí país, me llevó a conocer la Historia de América, porque quien no ama lo propio, lo defiende y lo conoce de verdad, no puede amar lo que está más allá de sus fronteras. Repito. Primero conocí bien todo lo mío, luego tuve capacidad para ver lo de los otros.
Así fue mi vida, y mis tareas aunque fueron muchas y grandes cerca de los adultos no me alejaron de mi relación con la Educación Primaria. Tal vez no fui el mejor, tal vez sólo me impulsaba la placidez y el recuerdo de mi bella Upata, la “rosa del bosque, rosa de la montaña”. Sí, la misma Upata que también fue amada por Rómulo Gallegos, cuando la describió en la novela Canaima como el pueblo más alegre de todo el Yuruari. Tal vez, digo, fue eso lo que me impulsó siempre. Me impulsaba saber que la vida del docente, como el bosque húmedo o como la montaña de escollos, no es generosa ni respeta a los temerosos, a los tibios, a los asustadizos.
La vida del docente es como esa rosa del bosque y de la montaña que no tiene miedo de vivir siempre al límite. Es una tarea de tiempo completo.
Creo, en definitiva, mis queridos maestros, que el principal deber será educar para la emancipación, para la libertad. Brindar una educación para que nuestros estudiantes sean levantiscos; para que jamás estén bajo la tutela de nadie. Educaremos para que duden y pregunten sobre todo; para que todo lo examinen. Para que cuestionen, inclusive, lo que yo les digo. De esa forma, nuestros estudiantes nunca caerán en manos injustas, nunca aplaudirán a los villanos.
Al final mi primer sueño, mi más grande objetivo era y sigue siendo trabajar con el pensamiento puesto en una doctrina educativa que promueva una sociedad democrática.
¡Ah! y muchas gracias por usar mi nombre, que si de algo he sabido es de luchar y trabajar.
Se despide con mucho afecto, su amigo,
José Manuel Siso Martínez